Los rarámuri, que habitan la Sierra Madre Occidental en innumerables rancherías y ranchos, han hecho honor a su nombre (rarámuri se traduce como pies ligeros;), y desde hace varias décadas han migrado a las grandes urbes del norte de México. Su presencia en la ciudad de Chihuahua es visible sobre todo cuando los niños y las mujeres, con un bebé en sus brazos, se instalan en los cruceros de las grandes avenidas para pedir kórima, una ayuda económica para sus necesidades básicas.
Si bien la migración de los indígenas a esta ciudad es visible, la discriminación y el racismo por parte de la sociedad ha hecho que se vuelva invisible. De acuerdo con la profunda y bien lograda investigación que realiza Arturo Herrera, esta migración se inscribe en el contexto de dominación y subordinación; existe un dispositivo racista que se despliega tanto a nivel institucional como en los planos personal y familiar frente a los indígenas. Ante esta situación de discriminación y racismo, los rarámuri han generado una serie de estrategias identitarias para hacerle frente y mantenerse en un ámbito intersticial.
En efecto, los rarámuri desarrollan estrategias identitarias que les permiten lidiar con la dominación sin oponerse frontalmente. La hipótesis del trabajo es que la no confrontación logra que la identidad indígena persista, aunque de manera subordinada y marginal. Este planteamiento recuerda el libro clásico de James Scott, Los dominados y el arte de la resistencia, cuando advierte que las "relaciones de poder son, también, relaciones de resistencia" (Scott, 2000:71).
La descripción del uso de los espacios en la ciudad que presenta Arturo Herrera ejemplifica lo anterior, al destacar las actividades de los indígenas en ciertos lugares que han hecho suyos, en contraste con otros que si bien es tán permitidos y les permiten realizar ciertas actividades, como pedir kórima, no dejan de estar en una relación de dominados; se trata de un espectáculo de sumisión, donde el remordimiento, las dádivas que el dominado otorga -se suele utilizar el término tarahumaritas como eufemismo-, reafirman, discursivamente desde abajo, su dominación y el establecimiento del orden simbólico.
Otros espacios -como los cines, clubes, restaurantes y algunas escuelas- están prohibidos para los indígenas y, cuando se presentan irrumpiendo el orden establecido, son expulsados de manera violenta. En resumen, el texto dibuja de forma clara y brillante una cartografía de las relaciones de poder, identificando los espacios de subordinación y, al mismo tiempo, los de resistencia.
Un ejemplo de esta resistencia de los subordinados se presenta cuando los ra-rámuri establecen lazos sociales fuertes; se trata de una estrategia que genera un capital social -es decir, una red de ayuda mutua entre los recién llegados a la ciudad y los que ya están ahí pre sentes- y permite que una persona que arriba a la localidad pueda conseguir un trabajo gracias a la ayuda de un pariente que trabaja ya sea de manera independiente, en una familia o en una empresa; esto es, se generan lazos de ayuda, sin los cuales sería más difícil la incorporación y adaptación de los recién llegados a la ciudad de Chihuahua.
A pesar de ello, los rarámuri no se han organizado en la ciudad como un grupo homogéneo para lograr una resistencia grupal; no hay demandas, como grupo étnico diferenciado, frente al gobierno estatal ni el federal. Pero esta falta de organización no implica que los rarámuri no generen estrategias identitarias, quizá no como grupo étnico pero sí como familia. Esta ausencia de una organización mayor hace evidente la ambigüedad que presenta el libro respecto de si estas estrategias son conscientes y deliberadas o constituyen una reacción automática y no reflexiva ante la discriminación de los llamados mestizos.
Por ejemplo, el autor menciona distintas estrategias como la estrategia negativa, en la cual los indígenas asumen una actitud sumisa y discreta frente a los mestizos, lo que les permite diferen ciarse frente a los otros. Pero no se acla ra si es un acto deliberado o producto del discurso hegemónico, que busca el ocultamiento del indígena. Lo mismo sucede cuando se presenta la estrategia negativa desplazada, en la que hay un rechazo por parte de los subordinados a la estigmatización de los mestizos, pero no existe confrontación como tal sino que los indígenas intentan asimilarse a la cultura local. Sin embargo, esta reacción inconsciente parece que cambia cuando se presenta la estrategia visibilizadora, en la que todo indica que la búsqueda de la llamada tradición por parte de los indígenas -danzar y vestirse con el traje tradicional en eventos gubernamentales y públicos- es un acto consciente de resistencia. No obstante, también puede leerse como una estrategia que se adapta al discurso hegemónico, el cual quiere ver al indígena sumiso pero folclórico, en una representación aceptable (Scott, 2000:93). La lectura sobre este aspecto relacionado con las estrategias lleva a la conclusión de que la imposición de representaciones sociales de la ciudad determina la existencia de las mismas estrategias identitarias, que permiten diferenciarse o integrarse a la ciudad de manera subordinada.
En definitiva, lo que destaca el autor es que existen distintas caras de esta identidad, es decir, formas de presentarse ante la sociedad. Este carácter cambiante de la identidad permite hablar de intersticios; de espacios li-minales poco definidos en los que los rarámuri se mueven a la hora de presentarse frente al otro. En los intersticios se ponen a prueba nuevas formas de interactuar frente al otro. Es el reino de la posibilidad pura en tanto permite la presencia de un comunitas, es decir, acciones de solidaridad antiestructural (Turner, 1982) entre los mismos indígenas.
Una de las características que puede cuestionarse de este planteamiento es si efectivamente esta intersticialidad sólo se presenta entre indígenas o entre indígenas y mestizos que también viven en una situación de subordinación. De acuerdo con esta investigación, los mestizos y los indígenas no generan lazos de amistad duraderos; se trata de lazos débiles. Esta conclusión llama la atención pues demuestra que los indígenas no se integran por completo al mundo de los mestizos y permanecen como grupo diferenciado aun cuando no logran conformarse como grupo étnico. La pregunta es si esto se da en todos los casos, sobre todo cuando se establecen alianzas políticas y económicas e intercambios matrimoniales entre mestizos e indígenas.
Esto tiene relación con la imagen homogénea de los mestizos que se expone a lo largo del texto; es decir, se habla de ellos como si fueran un grupo con una posición negativa y a ratos positiva (paternalista) respecto de los indígenas. Con ello se promueve un discurso esencialista, caracterizado por oponer al grupo dominante -los otros- frente a un grupo dominado -los indígenas-, ambos con identidades distinguibles, estáticas e invariables. Los otros no son los indígenas, pero los otros llamados mestizos son un no-grupo por el hecho de no pertenecer a la cultura que se busca reivindicar (Benhabib, 2006:32).
Sin duda, un sector de la ciudad de Chihuahua mantiene ante los rarámuri prácticas racistas, discriminatorias y paternalistas; son producto de este llamado dispositivo racista. Pero, ¿todos serán así?; es decir, ¿este dispositivo se presenta de manera irremediable (natural) en la población no indígena de Chihuahua? Al mismo tiempo, sería interesante indagar si los indígenas también tienen una posición unívoca frente a los llamados mestizos que habitan la ciudad de Chihuahua o han ido generando distinciones y clasificaciones al respecto.
Estas preguntas pueden llevar a otro aspecto también relevante relacionado con la existencia de conflictos al interior de los mismos rarámuri viviendo en Chihuahua. Después de la amplia descripción de la vida en el asentamiento rarámuri Carlos Díaz Infante, sería interesante profundizar en cues tiones que tienen ver con la ruptura de estos lazos fuertes y la presencia de conflictos entre los mismos indígenas.
No hay que perder de vista que estas preguntas son el resultado de un libro que ha logrado ampliar el discurso académico y poner sobre la mesa una serie de temas que no habían sido abordados por la antropología del norte de México. En definitiva, La vida en los intersticios. Estrategias identitarias de los rarámuri en la ciudad de Chihuahua, de Arturo Herrera, representa un estudio pionero tanto por los datos etnográficos que lo componen, como por las propuestas teóricas sugeridas, lo que abre nuevos horizontes y estrategias metodológicas.